A unos
pocos pasos se encontró con los
muchachos, Fidel e Isaías lo estaban esperando, ya habían ido a recoger el pan
que acompañaría al mate cosido con poca azúcar, que les preparaba el Tarta, todas las mañanas. Se saludaron distraídamente, mientras se dirigían al
comedor, allí planearían su rutina:
seguramente timbeada hasta la hora de la
comida, y después, la revancha del
picadito que ayer los dejara tan
calentitos al Tano y al Tunga. Después,
estaba decidido a colgar a los chabones, para ir a tirarse un rato a
relajar. Formaban un grupo extraño, de muy
pocas palabras, pero unidos en tomar
decisiones, solo una mirada cómplice, un
cabeceo y ahí quedaba todo, no necesitaban más.
La timbeada
siempre por algo que doliera, le había dejado el botín de la yerba y los fasos
suficientes. El Tarta se había lucido con los bocadillos de coliflor y los
churrascos de aguja vuelta y vuelta. Pese a encontrarse medio pesado para el
trote, había parado dos terribles pelotas
y metido dos pepas antes que de la calentura y los
perdedores patas duras, propiciaran la temida pelea tumbera.
Después
de la corrida, con las piernas dolientes
por la golpiza, se tira sobre la litera
improvisada, respira pausado, saborea el bienestar de estar cumpliendo la
condena, que lo pusiera a salvo del odio
y la venganza de las dos mujeres. Les había prometido fidelidad, y después de saberse engañadas, habían intentado, en dos oportunidades, quitarle la vida.