Desde niños los cinco amigos
soñaban con emprender una aventura, el tupido bosque que siempre veían camino a
su casa, los llenaba de intriga, imaginaban duendes, una casona gigantesca
abandonada, plantas, flores y animales que nunca habían visto. Sus padres
siempre se habían negado a llevarlos, argumentando que se trataba de un lugar
peligroso, al que nadie se había aventurado y de los pocos que lo habían hecho,
no se tuvieron noticias.
Llegada la adolescencia,
Oscar y Jorge, propusieron explorar ese lugar prohibido a escondidas de sus
progenitores. Los restantes se mostraron reacios, pero ante las burlas cada vez
mas subidas de tono sobre su cobardía,
aceptaron tratando de disimular su miedo.
Ernesto
y Francisco, los más prudentes y asustados, recabaron cuanta información
pudieron sobre aquel sitio, hasta consiguieron un viejo mapa en una tienda de
antigüedades. Se proveyeron de dos mochilas en las que pusieron un par de
linternas, compraron una brújula, cantimploras, que llenarían de agua que
podrían reponer en un gran lago que figuraba en la carta geográfica, unas
mantas abrigadas, algunos alimentos y otras cosas que agregaron a medida que se
les fue ocurriendo. Solo consiguieron risas y más burlas cuando sus compañeros
vieron todos esos elementos. Saldrían al día siguiente muy temprano y
regresarían antes del anochecer, unos sándwiches y unas gaseosas serían
suficientes. Los cuentos o supersticiones que habían escuchado en el pueblo,
hicieron que, sin importarles la mofa de los demás, se pusieran firmes en su
determinación de ir cargando todos sus bártulos.
Llegó el momento de
encontrarse en el punto acordado y todos están arribando casi puntualmente.
Varias carcajadas reciben a Ernesto y a Francisco que llegan con botas altas y
dos machetes además de la carga, ellos las ignoran y encabezan la marcha, ya
que a pocos metros, deben ir abriendo paso cortando ramas con sus afiladas
hojas de acero y aplastándolas con sus piernas bien protegidas. Las caras antes
hilarantes ahora muestran respeto.
Solo transcurrieron cinco
horas de avanzar extasiados admirando el paisaje, pese a las dificultades, e
inesperadamente comienza a oscurecer, piensan que se avecina una tormenta y
deciden detenerse para un rápido almuerzo. Ya consumieron varios emparedados y
bebidas durante el trayecto, y luego hallar refugio en los gigantescos troncos
de los árboles, algunos ahuecados. La lluvia no se presenta, pero las sombras
continúan su avance hasta parecerse a una noche sin estrellas. Los que
ostentaban valentía son los primeros en sugerir el regreso, pero no consiguen
encontrar el camino que habían abierto y recurren ya muy preocupados a la
brújula, que ante su incredulidad, muestra su aguja girando descontrolada sin
poder hallar el norte, sus teléfonos celulares no tienen señal, sus relojes
están detenidos. Uno aduce que en ese sitio tiene que haber un campo magnético
que provoca esas rarezas y atribuye las tinieblas a un fenómeno meteorológico,
que seguramente se produce en los bosques tupidos como ese. Todos asienten y
obligan a callar con insultos, al que con voz angustiada, dice estar en un
lugar embrujado.
El haz de luz de la linterna, sostenida por una mano temblorosa, recorre
los alrededores hasta divisar una construcción hacia la que se dirigen,
perdieron la noción del tiempo y esperarán que retorne la claridad, que ignoran
en qué momento ocurrirá, tienen que compartir las mantas ya que la temperatura
está descendiendo abruptamente y racionalizar el agua, la comida no saben en
qué momento la perdieron pero no importa, ninguno desea ni un solo bocado.
Llegan a la edificación que a pesar de su deterioro y aspecto lúgubre los hace
sentir protegidos de las alimañas. Tiene en sus dos pisos varias habitaciones y
numerosos pasadizos que lo tornan tétrico, van subiendo a la planta alta donde
se sienten más seguros y lo hacen de a uno, las escaleras no parecen poder
soportar mucho peso. Cuando creen estar todos juntos escuchan un fuerte ruido,
parece que algo se ha desplomado y gritos de terror que se apagan rápidamente.
Notan que Jorge y Andrés no están con ellos, los llaman desesperados sin
obtener respuesta, sus voces rebotan contra las paredes haciendo un eco, luego
solo un silencio insoportable. Alguien debería ir en su búsqueda, aunque están
poseídos por el pánico y el frío se tornó difícil de soportar, la escasa
cantidad de agua en una de las cantimploras está casi congelada y las gargantas
secas. Darío se siente obligado como hermano de uno de los desaparecidos a realizar
esa tarea, lucha contra su pavor, toma una de las mantas, la única linterna que
aún tiene pilas, y sus compañeros le ofrecen saciar la sed con los pocos sorbos
que les quedan. Se marcha y los minutos parecen horas, se preguntan si también
el tiempo se ha detenido, de pronto se repite la escena, un estrépito
ensordecedor, un grito despavorido y el mutismo absoluto. Los dos que quedan ya sin luz, solo pueden
abrazarse para darse un poco de calor, temblando como hojas al viento.
Francisco despierta del sopor
en que estaban, zarandeando a Ernesto para anunciarle que las tinieblas ya no
están, miran el viejo mapa que les indica la cercanía de la hondonada que
contiene el preciado líquido elemento, bajan con cautela aunque presurosos y
hacía allí se dirigen. Sus celulares funcionan y mientras caminan piden
auxilio, sin dejar de interrogarse si alguien logrará encontrarlos. Su
nerviosismo y angustia los tiene al borde del colapso, por lo que, al llegar al
punto indicado, se miran absortos y solo pueden llorar a carcajadas en el lago
seco.
MABEL