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Helicón... Taller de exploración de la palabra. Surgió en el Taller de Arte de Diag. 73 Nro 2065 como un espacio de lectura y escritura grupal. Se transformó en otro espacio de intercambio de alegría, escritura, lectura y anécdotas de 7 mujeres con ánimo de "decir". Y para decir al mundo, nace este lugar que da vida y se nutre de comentarios y textos del Taller con el afuera. Integrantes: Victoria Guzner Delia Urretaviscaya Patricia Cuscuela Patricia Crescenzo Mariana Quintana Lorena Rodríguez, Alicia Canutti, Mabel Nuñez y una especie de guía, quien escribe esta presentación: Analía Rodríguez Borrego. Bienvenidos!!

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miércoles, 13 de febrero de 2013

Carta, de Mariana Quintana


                               Octubre 1951


Compadre,



He decidido escribirle porque ya no sé lo que significa el verbo recibir. Me he desatado, no es mi costumbre que la lengua se me haya desenfrenado pero lamentablemente fue con ella.
Sí Don Sabas, con ella, quien me prepara el alimento cuando éste escasea, quién comparte el dolor por la pérdida de nuestro hijo. La verdad es que ya no quería que me cuestione nada; si vendíamos o no nuestro Gallo, si los del Correo alguna vez se iban a acordar de lo que fui y recibiría el cheque…
No lo espero más, no espero más nada de nada ni de nadie. Lo quiero compadre pero mi paciencia llegó a un límite. No creo que ella, alguna vez, me prepare de cenar Mierda, pero bien merecida que la tendría, hasta le digo que brindaría por ella. Porque la verdad es que tenemos eso para comer, ni para el pan nos alcanza…
No sé Don Sabas, me avergüenza contarle esto pero no sabía con quién hablar. Ya ni el Gallo me escucha. Me pregunto todos los días, ¿habré sido realmente importante?, qué valía más, ¿la vida de Agustín o el honor a la Patria? ¿Por qué Octubre resultó y resulta ser tan cruel?
Y me sigo preguntando mil cosas más, lo único que sí espero, que usted, Don Sabas, sea quién me escriba.

Atte.


El Coronel.

martes, 12 de febrero de 2013

Estilo “Altazor” de Huidobro, de Alicia Canutti




Pensamos que podíamos abrir caminos como puertas
Moldear puertas como a estatuas
Talar estatuas como árboles
Comer árboles como frutas
Sentir frutas como dolores
Mirar dolores como colores
Oír colores como trinos
Vivir de trinos como de amores
Colgar amores como a la ropa
Gastar la ropa como al tiempo
Propiciar el tiempo como ideas
Castrar ideas como perros
Armar perros como rompecabezas
Romper rompecabezas como estatuas
Hacer las reglas como las puertas
Cruzar las puertas como a caminos
  

Sueño glíglico, de Alicia Canutti



Soñé que iba por un viro que estaba repleto de aniloides de todos los colores, había de color roris, minol, vioses y otros más. Al sonido de mis pasos ápiros, el aire se musaba incarísido de pinsias bellas. Después de un rato empecé a sentir el ólido sinuante en mi pelo y pensé que imúlico sería llevar a mi casa los hiliones inbios que veía.  Entonces vi un carión que imulaba por el pasto y brulía los árboles druando la brisa. Todo era tan frulado que quería que nunca se diselara. Los timuelos eran como de porcelana y las gúrgulas se movían lentamente alrededor de los pálicos roris que guruaban como moscas.  Las celeas no tenían colores nuevos y los tilimanos singulaban al compás de la música nereal de los simulitos. Todo era tan libulio que no quería despertar, pero un trusco que entró en escena de repente, me trimuló la sistomelia y desperté en medio de un mar de isógiras.
Ali.-

El libro objeto


Color y creatividad


Muestra de libros artesanales 2012


La Confesión del coronel, de Victoria Guzner





La Plata, 31 de mayo de 2012

Querido Eduardo:
                                Te sorprenderá recibir noticias mías. Cuento con que te acordás quién soy. Sí, soy yo, Ernesto, tu amigo y compinche de la infancia, amistad rota por un malentendido. Y seguramente me tendrás presente en estos días en que tanto se habla de mí. Sabrás que me han enjuiciado y que mañana se leerá la sentencia. Se me acusa de crímenes de lesa humanidad, tortura y apropiación de menores. Vaya pavada teniendo en cuenta que librábamos una guerra, pero en este país las cosas son así, defendés a la patria de elementos subversivos, dispuestos a tomar el poder por las armas, y encima te hacen un juicio. Pero no me arrepiento, volvería a hacerlo.
                            En fin, no quiero quejarme, afrontaré lo que haya que afrontar con dignidad y entereza, cualidades que siempre conservé a lo largo de mi vida.
                            Como ya sé el resultado final, quiero dejar aclaradas unas cuantas cuestiones antes de pasar a la oscuridad del encierro. Y como viene la mano creo que va a ser para siempre. Por eso quiero alivianar mi conciencia. Es algo que llevo enterrado en mi corazón desde el día que me dijiste que no querías ser más mi amigo. Porque eso me dolió muchísimo. No volví a tener otro amigo como vos. Tuve compañeros de armas, mucha gente conocida, me casé, tengo hijos, pero amigos no. Por eso necesito imperiosamente contarte este secreto: no fui yo el que te robó la pelota. Me cuesta mucho delatar a alguien pero dadas las circunstancias, para poder aclarar la situación, debo confesarte que fue el gordo Manuel. Sí, fue él. Lo supe un día que fui a su casa de sorpresa y la vi debajo del sillón. Allí estaba esa pelota tan particular, tan apreciada por vos. Se dio cuenta que la vi y me hizo jurar que no diría nada, que lo había hecho para darte un escarmiento ya que eras tan engreído. Por eso te la robó. Vos me acusaste a mí y no me defendí porque había hecho una promesa, ahora me doy cuenta que no tendría que haberlo prometido. Pero era chico.
                           Y ahora que voy camino al encierro tuve la imperiosa necesidad de desahogar mi corazón y contarte la verdad, la única verdad que me interesa contar.
Ernesto            

Victoria Guzner
Invierno del 2012                

Anűmn Wanalen, el germinador de estrellas, de Patricia Cuscuela



Anűmn tenía su vivero en un  lago naranja, olvidado hasta por los poetas, ubicado justo en el centro de la rosa de los vientos.
La tarea de germinar estrellas era muy,  pero muy delicada. Requería de una especial habilidad saber cómo protegerlas del sol, en qué momento las estelas estaban listas para enraizar y, sobre todo,  cuál era la cantidad exacta de luz de luna para su riego.
 La demanda de estrellas era verdaderamente importante, llegaban pedidos desde todas las galaxias y en las temporadas sin luna, resultaba muy difícil cumplir con ellos.
Anűmn esperaba con impaciencia las quincenas impares del decimonoveno mes del año porque esa era justamente la época de la mejor cosecha. Ya desde el atardecer, desplegaba sus herramientas a orillas del lago y con gran destreza, al caer la noche, comenzaba a enhebrar las estrellas en un hilo invisible. Debía tener mucho cuidado para no pincharles el corazón. Si eso ocurría, todo se volvía oscuro y la luminosa entidad desaparecía dando lugar a un agujero negro. Los agujeros negros eran muy dañinos, la peor plaga que pudiera atacar a las estrellas, ya que tenían la mala costumbre de devorar todo a su alrededor. Un solo agujero negro podía arruinar una cosecha entera.
Anűmn  cultivaba estrellas de tres; cuatro; cinco y hasta diez puntas. Entre sus especialidades había estrellas  federales, estrellas unitarias, estrellas de Belén - muy buscadas en Navidad para iluminar arbolitos ahorrando energía-,  también figuraban en su catálogo: estrellas para categorizar hoteles y para ser regaladas a los recién nacidos. Un producto muy reconocido eran las diminutas estrellas, semejantes a puntitos de luz, usados por la señora Alegría para darle un toque de distinción a sus trabajos.
Una estrella acuática, la más grande, con una luz especial que tornasolaba reflejando el naranja del lago, era la preferida de Anűmn. Decía que nunca la vendería y la llamaba Lambda. Las noches en que no había cosecha iba al lago a admirarla y así, embelesado, solía sorprenderlo el mediodía. Por estas épocas el tiempo, que transcurría muy lento, decidió escapar de las cárceles de los calendarios, las horas se hicieron alas con las agujas de los relojes y se largaron a volar dejando a las campanillas de los despertadores mudas de la sorpresa. Así fue como los decimonovenos meses del año con sus quincenas impares se agolpaban unos tras otros y las cosechas comenzaron a sucederse con una inusitada rapidez. Ya no alcanzaban las estrellas a cubrir la demanda y Anűmn , desesperado, debió desprenderse  de su estrella favorita. La cosecha de Lambda demandó tiempos verbales, musicales y compuestos, se había arraigado tan profundo que costó un trabajo eterno desprenderla.
Al salir la raíz de la estrella, el lago comenzó a vaciarse y las estrellas pequeñitas remontaron vuelo arrastradas por la brisa que las invitaba a subir. En breve, el vivero desapareció. Sólo quedó Anűmn llorando a carcajadas en el lago seco.

                                                                 Patricia Cuscuela ôô primavera 2012

LA AVENTURA PROHIBIDA, de Mabel Nuñez





Desde niños los cinco amigos soñaban con emprender una aventura, el tupido bosque que siempre veían camino a su casa, los llenaba de intriga, imaginaban duendes, una casona gigantesca abandonada, plantas, flores y animales que nunca habían visto. Sus padres siempre se habían negado a llevarlos, argumentando que se trataba de un lugar peligroso, al que nadie se había aventurado y de los pocos que lo habían hecho, no se tuvieron noticias.
Llegada la adolescencia, Oscar y Jorge, propusieron explorar ese lugar prohibido a escondidas de sus progenitores. Los restantes se mostraron reacios, pero ante las burlas cada vez mas subidas de tono  sobre su cobardía, aceptaron tratando de disimular su miedo.
Ernesto y Francisco, los más prudentes y asustados, recabaron cuanta información pudieron sobre aquel sitio, hasta consiguieron un viejo mapa en una tienda de antigüedades. Se proveyeron de dos mochilas en las que pusieron un par de linternas, compraron una brújula, cantimploras, que llenarían de agua que podrían reponer en un gran lago que figuraba en la carta geográfica, unas mantas abrigadas, algunos alimentos y otras cosas que agregaron a medida que se les fue ocurriendo. Solo consiguieron risas y más burlas cuando sus compañeros vieron todos esos elementos. Saldrían al día siguiente muy temprano y regresarían antes del anochecer, unos sándwiches y unas gaseosas serían suficientes. Los cuentos o supersticiones que habían escuchado en el pueblo, hicieron que, sin importarles la mofa de los demás, se pusieran firmes en su determinación de ir cargando todos sus bártulos.
Llegó el momento de encontrarse en el punto acordado y todos están arribando casi puntualmente. Varias carcajadas reciben a Ernesto y a Francisco que llegan con botas altas y dos machetes además de la carga, ellos las ignoran y encabezan la marcha, ya que a pocos metros, deben ir abriendo paso cortando ramas con sus afiladas hojas de acero y aplastándolas con sus piernas bien protegidas. Las caras antes hilarantes ahora muestran respeto.
Solo transcurrieron cinco horas de avanzar extasiados admirando el paisaje, pese a las dificultades, e inesperadamente comienza a oscurecer, piensan que se avecina una tormenta y deciden detenerse para un rápido almuerzo. Ya consumieron varios emparedados y bebidas durante el trayecto, y luego hallar refugio en los gigantescos troncos de los árboles, algunos ahuecados. La lluvia no se presenta, pero las sombras continúan su avance hasta parecerse a una noche sin estrellas. Los que ostentaban valentía son los primeros en sugerir el regreso, pero no consiguen encontrar el camino que habían abierto y recurren ya muy preocupados a la brújula, que ante su incredulidad, muestra su aguja girando descontrolada sin poder hallar el norte, sus teléfonos celulares no tienen señal, sus relojes están detenidos. Uno aduce que en ese sitio tiene que haber un campo magnético que provoca esas rarezas y atribuye las tinieblas a un fenómeno meteorológico, que seguramente se produce en los bosques tupidos como ese. Todos asienten y obligan a callar con insultos, al que con voz angustiada, dice estar en un lugar embrujado.                                                                                               El haz de luz de la linterna, sostenida por una mano temblorosa, recorre los alrededores hasta divisar una construcción hacia la que se dirigen, perdieron la noción del tiempo y esperarán que retorne la claridad, que ignoran en qué momento ocurrirá, tienen que compartir las mantas ya que la temperatura está descendiendo abruptamente y racionalizar el agua, la comida no saben en qué momento la perdieron pero no importa, ninguno desea ni un solo bocado. Llegan a la edificación que a pesar de su deterioro y aspecto lúgubre los hace sentir protegidos de las alimañas. Tiene en sus dos pisos varias habitaciones y numerosos pasadizos que lo tornan tétrico, van subiendo a la planta alta donde se sienten más seguros y lo hacen de a uno, las escaleras no parecen poder soportar mucho peso. Cuando creen estar todos juntos escuchan un fuerte ruido, parece que algo se ha desplomado y gritos de terror que se apagan rápidamente. Notan que Jorge y Andrés no están con ellos, los llaman desesperados sin obtener respuesta, sus voces rebotan contra las paredes haciendo un eco, luego solo un silencio insoportable. Alguien debería ir en su búsqueda, aunque están poseídos por el pánico y el frío se tornó difícil de soportar, la escasa cantidad de agua en una de las cantimploras está casi congelada y las gargantas secas. Darío se siente obligado como hermano de uno de los desaparecidos a realizar esa tarea, lucha contra su pavor, toma una de las mantas, la única linterna que aún tiene pilas, y sus compañeros le ofrecen saciar la sed con los pocos sorbos que les quedan. Se marcha y los minutos parecen horas, se preguntan si también el tiempo se ha detenido, de pronto se repite la escena, un estrépito ensordecedor, un grito despavorido y el mutismo absoluto.  Los dos que quedan ya sin luz, solo pueden abrazarse para darse un poco de calor, temblando como hojas al viento. 
Francisco despierta del sopor en que estaban, zarandeando a Ernesto para anunciarle que las tinieblas ya no están, miran el viejo mapa que les indica la cercanía de la hondonada que contiene el preciado líquido elemento, bajan con cautela aunque presurosos y hacía allí se dirigen. Sus celulares funcionan y mientras caminan piden auxilio, sin dejar de interrogarse si alguien logrará encontrarlos. Su nerviosismo y angustia los tiene al borde del colapso, por lo que, al llegar al punto indicado, se miran absortos y solo pueden llorar a carcajadas en el lago seco.

                                                                                              MABEL