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Helicón... Taller de exploración de la palabra. Surgió en el Taller de Arte de Diag. 73 Nro 2065 como un espacio de lectura y escritura grupal. Se transformó en otro espacio de intercambio de alegría, escritura, lectura y anécdotas de 7 mujeres con ánimo de "decir". Y para decir al mundo, nace este lugar que da vida y se nutre de comentarios y textos del Taller con el afuera. Integrantes: Victoria Guzner Delia Urretaviscaya Patricia Cuscuela Patricia Crescenzo Mariana Quintana Lorena Rodríguez, Alicia Canutti, Mabel Nuñez y una especie de guía, quien escribe esta presentación: Analía Rodríguez Borrego. Bienvenidos!!

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domingo, 15 de septiembre de 2013

Desayuno Mareado



Para Manuel y Josefina


En la mesa del desayuno solo faltaba el café, aunque todavía estaba en la cafetera ya avisaba con su aroma que se acercaba el momento de su entrada.
Las florcitas de las servilletas eran tan reales que tenían olor a Fresia y a jazmines, de las tazas todavía vacías querían salir volando los pajaritos pintados a mano, la leche descansaba en la lechera custodiada por una mariposa, sobre la mantequera pastaba contenta una vaca, un frasco rebalsando de dulce casero de tomate que había preparado con su receta secreta la abuela Clara,  un plato multicolor se alzaba con una pila de tostadas que completaban el paisaje esa mañana.
Cuando Tobi llego a desayunar todavía con lagañas en los ojos, tenia la chocolatada recién servida, a él le gustaba bien dulce, estiró la mano pero no había cuchara en la azucarera, tampoco tenía cucharita sobre su mantelito cuadrillé, miró alrededor y no había ninguna cucharita en la mesa.
-Má, no tengo cuchara- dijo Tobi, mientras se le escapaba un bostezo
-Ahora te la alcanzo- dijo la mamá
Y las cucharas no estaban en la mesa, ni en el cajón de los cubiertos, ni arriba de la mesada. Empezaron a preguntarse
- Donde podían estar? Porque se habrían ido?
Tobi, mamá y Feli, que venía entrando a la cocina abrazado a su osito de peluche, se pusieron a buscar las cucharitas por toda la casa.
Buscaron en la heladera, adentro del microondas,
-Debajo de la alfombra podrán estar? - Preguntó Felipe
-O estarán detrás de las cortinas?
-Se habrán metido en la mochila de Tobi que estaba en la silla de la cocina?

Revisaron debajo de los almohadones, en la bolsa de los mandados, en el cajón de los repasadores y ya no sabían en que otro rincón buscar.
-Las encontré, las encontré - gritaba alegre Felipe mientras festejaba levantando los brazos, saltando y revoleando por el aire a su osito.
- Adonde están?- Preguntaban mamá y Tobías.

En el living, todas mezcladas con las cucharitas de todo el mundo que mamá coleccionaba y exhibía en una vitrina.
El osito de Felipe, que podía hablar con las cucharas, les preguntó curioso
-Porque se escondieron?
Y la cucharita más chiquita le contestó un poco aturdida,
-No estábamos escondidas, después de tantas vueltas revolviendo un café, nos mareamos y no pudimos encontrar el cajón.
Listos para volver a la mesa del desayuno, mamá cuenta las cucharitas, una, dos, tres…
-Falta una - exclama
Entonces escuchan una vocecita chillona que gritaba desde atrás de un portarretrato
-Acá estoy, acá estoy.

Y colorín colorado… este cuento ya ha desayunado.


                                                                                     Julia
                                                                                     18/08/2013
                                                                                     



EL VENDEDOR DE SUEÑOS

                   



Dicen que dicen y andan diciendo que un robo increíble están investigando, faltan tres mediodías y una décima de un año. Don Din, el relojero fue designado perito para ayudar al juez a determinar si hay delito y es desde entonces que busca en relojes de bolsillo, en los de las altas torres

                   
El vendedor de sueños.

      Pepe Nonino tiene un extraño trabajo que anuncia en un cartel con letra prolija y colores pastel: “Se sueñan  sueños por encargo,  envasados y a granel”. Sueños largos, sueños cortos a la medida de cada quien se acerca, encarga el suyo y lo retira después, encerrado en una almohada para disfrutar con él. Los sueños no retirados, vaya a saber porqué, se quedan en una canasta y son sueños a granel, que se venden más baratos porque, de tanto esperar, se van marchitando un poco y a veces, de no creer, se mezclan con otros sueños, se hacen amigos tal vez y juegan a la ronda del uno, dos y tres.
       Un día llegó una nena que tenía un gato siamés y había enfermado de insomnio hacía poco más de un mes. Le encargó a Pepe un sueño que fuera largo y gatuno. Pepe estuvo a punto de decirle “es imposible” pero lo enterneció la carita del gato con ojeras y los bigotes caídos y accedió al pedido de la nena. A tamaña aventura se largó inmediatamente: se subió a los tejados, se tiró a tomar sol un poco despatarrado y merendó galletitas con forma de pescado. Así anduvo varios días, no era fácil la empresa, porque para fabricar un sueño hay que usar bien la cabeza.
        Pepe Nonino Morrongo un día sintió que era ideal para dormirse y cuando la luna llena asomó, todo se volvió negro pero por sólo un ratito ya que después los colores fueron dibujando un gatito en su sueño y la noche transcurrió entre ronroneo y maullidos, ovillos todo enredados, almohadones destruidos por uñas muy afiladas de un auténtico felino. Ay! Qué liviano era Pepe, gato en aquel sueño, como una nube de plumas, como de algodón etéreo, como de copos de azúcar que saben a caramelo. Lo despertó una paloma que confundió su cordón con apetitosa lombriz y todo tomó otro cariz ya que, de tan livianito, Pepe se había elevado y en la punta de una antena había quedado enganchado. Qué susto, casi me caigo, dijo Pepe ya despierto y ¡qué suerte palomita que ya como gato no pienso! sino tu equivocación hubiera sido fatal aunque, pensándolo bien, no siempre es ese el final y así recordó Nonino: hace años conocí a la gatita Pelusa que compartía su plato con zorzales,  palomas y otras aves en mi patio. Y ahí nomás dejó de perder su  valioso tiempo y envasó su sueño en un almohadón calentito porque se venía el invierno.
        Esta es la historia chiquita de un vendedor de sueños.

                                                                                   Patriciaôôinvierno2013




miércoles, 11 de septiembre de 2013

CAMALEÓN

En la cocina había dos grupos bien definidos: “Los patitos”, nombre que se atribuía el centenar de fósforos ubicados en la esquina de la mesada,  y el pequeño “Camaleón”, un simpático magiclic,  que tenía obnubilada a toda la familia García.
-         Lo pienso, lo pienso y aún no creo lo que está pasando. Exclamó Carlos Fosforet, a quien le costaba pensar que estaba pasado de moda. Ese día amaneció angustiado porque Clara García quiso poner la pava en el fuego y le había costado prenderlo. Después de eso no dejaba de rascarse la cabeza por el ardor que le provocó ese intento.
Varios de sus amigos lo empujaron de a poquito para que Clara volviera a utilizarlo. Esa marca en la cabeza lo ponía en un lugar incómodo, porque Carlos era así, o todo rojo o todo negro. Se lamentaba que en su mundo no existieran las peluquerías.
Matilde Cla, esposa de García, veía como su hija Clara intentaba encender la hornalla sin éxito.  Fue hasta la cartera y ahí apareció, elegante, esbelto. Fue el delirio de “las patitas”, comentó indignado uno de los fósforos que ya estaba en el tarrito de “usados y a la basura”,  en referencia al magiclic que ingresaba en su mundo.
Entre los fósforos y “Camaleón” parecía comenzar una guerra. Miedo, incertidumbre, diferencia,  sintieron los Fosforet mientras dialogaban entre ellos al recordar su vida sin el  intruso.
-         ¡Ojo, que antes deben enfriarse! -Remarcaba Claudia Fosforet.
-           ¿Se acuerdan?- Preguntaba Miguel entre sollozos y suspiros,  porque se sabía incómodo y oloroso cuando se apagara.
La mamá de Clara solía gritarle eso a Fernando García que,  al levantarse por la mañana, no sabía ni lo que hacía y era capaz de prender fuego el tacho de basura. “ ¡Cómo le costaba levantarse a ese hombre!”, se reía Luis que, esa semana, había batido el record en  ser el más usado, hasta lo cargaba a Carlos por  que él estaba todo negro,  ni Clara sabía de dónde agarrarlo y por esto no se quejaba.
 – Éste Carlos es un canchero, le da un toque original ese “raspado” en la cabeza, ¡¡jaja!!- reía Luis a carcajas mientras Fosforet le daba la espalda.
Mientras Clarita se disponía a cambiar, en la cocina se había formado una ronda entre “Los patitos”, que seguían cuchicheando. Pero  Camaleón les habló:
-         Buenos días a todos, mi nombre es Camaleón Orbis. Nací en una habitación muy grande, llena de máquinas.
Carlos le susurraba al oído a uno de los suyos que ya comenzaba a aburrirse y no le interesaba lo que tenía para contarles. Al notarlo, el Magiclic comenzó a teñirse de gris mientras caminaba despacito al rincón, lugar que le atribuyeron los García.
-         No seas bobo Carlos- lo retó su novia María cuando vio la tristeza en el rostro de Camaleón
-         Pero ¿no viste lo que nos hizo? ¡nos desplazó María! Nos sacó de nuestro lugar. Nosotros ayudábamos a Clara, a Matilde a calentar sus infusiones para que se vayan a trabajar contentos y felices, si hasta a Fernando cuando se comía todo y necesitaba su tecito digestivo lo ayudábamos…
-         Te estás comportando como un egoísta. ¿Le preguntaste a Camaleón cómo se siente? ¿Por qué está acá con nosotros,  y no con sus amigos, su familia? Pero claro, cómo se me ocurre preguntarte esto si nunca tuviste la posibilidad de decirle ¡hola! Qué feo Carlos…
Los demás escucharon la conversación de los Fosforet y decidieron ir a buscar a Camaleón qué, cuando los vió acercarse, comenzó a ponerse naranja.
Esa noche en la casa de los García se había organizado una fiesta. Los Patitos organizaban la mesada como si fuera una pista de baile. Hacían espuma con la esponja para los más atrevidos, encendían el extractor de aire cuando entraban en calor al compás de la música que venía del comedor. Varios de los Fosforet sacaron a bailar a Camaleón que, con un traje verde hacía suspirar a las patitas. Lo rodeaban, aplaudían y el Magiclic sonreía y cantaba. Carlos lo observaba con el ceño fruncido. De repente,  todos se quedaron inmóviles cuando Fernando ingresó a la cocina e intentó calentar agua para servir a sus invitados unas tazas de café. Observó la mesada y miró extrañado cómo podía ser que los fósforos y el magiclic estuvieran tan desordenados.
“Los Patitos” se empezaron a mirar con miedo a que alguno sea encendido y se pierda la fiesta. Pero Fernando no les prestó atención y agarró a Carlos que estaba apartado del grupo,  más rojo que de costumbre. Intentó prenderlo pero por el sudor del enojo, Carlos no funcionaba y Fernando,  lo tiró contra la esquina tratándolo de “¡fósforo inútil!”, dejando a éste con un feo ardor en su cabecita. Camaleón advirtió la situación y amarillo como estaba,  llamó la atención de Fernando para que lo utilizara. Sin éxito, dejó el magiclic junto a Carlos, se fue para el comedor y, a que a esa altura,  había olvidado para qué estaba allí.
-         ¿No tenés nada para decirle Carlos?- le advirtió María tras el dolor de panza que tenía Camaleón luego que Fernando se la apretara fuerte.
-         No te preocupes María, ustedes son mi familia y pese a ser distintos servimos para lo mismo,  sino ¿cómo haría Clarita, Matilde y Fernando para tener calentitas sus infusiones cada mañana y tarde cuando retornan a casa?
-          Así es- vociferó uno de los Patitos que observaba a Carlos y le hacía señas con el mentón hacia delante,  para que se acercara a Camaleón y lo abrazara.
-         Mirá Camaleón, yo no soy de esos que andan abrazando libremente,  pero sí no voy a negarte un gracias, gracias por solidarizarte ante mi situación.
Sin decir nada, María y las patitas comenzaron a bailar con la música que venía del comedor, mientras los Fosforet y Camaleón las seguían entre risas y menéo.
Fernando entró a la cocina luego de acordarse lo que iba a hacer. Matilde le gritó desde el comedor para cuándo iban a estar los cafés,  y los demás advirtieron la presencia de Fernando qué, sin dejar de bailar, y mientras el resto le guiñaba un ojo,  salío corriendo creyendo que era demasiado tarde para seguir despierto. Los patitos y el Magiclic no podían parar de reírse y siguieron así toda la noche. Clarita los observaba y disfrutaba de los pequeños fuegos artificiales convertidos en chispas que salían desde su cocina.

Mariana

Septiembre 2013