Clara abrió sus ojos aunque se resistía a hacerlo, como una tonta forma de no querer darse cuenta de la realidad que surgiría ante sus ojos, nuevamente. Lo hizo despacio y la silueta de Mario apareció poco a poco, clavó sus ojos en él y no necesitó preguntar nada. Esa sensación de vacío ya conocida se apoderó de ella.
Todo empezó diez años antes, cuando ya había pasado el tiempo prudencial de espera , según el criterio del médico especialista, quien había sido consultado ante el deseo de concretar un embarazo tan ansiado por ellos.
El especialista había sido bien claro en sus conceptos, estudios clínicos y de laboratorio para los dos integrantes de la pareja, y trabajar sobre la ansiedad como elemento fundamental. "La cabeza de la futura madre no debe jugar en contra de este proyecto". Ahí fue cuando se gestionó la idea que a parte del trabajo, y de recorrer Hospitales y consultorios, Clara empezaría a realizar talleres de plástica y pintura, actividades éstas que siempre le habían gustado y que en este momento ayudarían siendo un cable a tierra.
Un cable a tierra para palear la tristeza, la terrible espera, la soledad en la cual se sumaba mes a mes, contando así 120 meses de decepciones continuas.
No hubo un solo día de estos señalados en forma mensual, en que la ilusión no se hiciera llegar en forma concreta, para después dar espacio a la decepción de la noticia que no llega. Sin caer en el desánimo recorrieron innumerable cantidad de especialistas que los veían con una mirada alentadora, mientras repetían estudios y tratamientos sin fin. Al principio, al salir de los diferentes consultorios, hacían comentarios de todo tipo dándose fuerza uno a otro, confianza, trataban de ir preparándose para afrontar lo que venía con la valentía de quien no se deja caer en el desánimo o en la autocompasión. Y pasaban los meses a los cuales siguieron los años, y en Clara lo que nació, fue una rabia hacia el fuera, no se conformaba, se sentía viviendo en una sociedad fértil y que ella era la única que no podía concebir un hijo.
En Mario el sentimiento era distinto, él no necesitaba un hijo para ser feliz con Clara, es más, hubiera querido no tener que pasar por todos esos tratamientos, pero como decirle que no a su esposa. La sentía atravesar por diferentes estados de ánimo, quería ser su soporte emocional pero se daba cuenta de que la mayoría de las veces no lo conseguía. Se preguntaba que había sido de la mujer sonriente que conoció en la facultad años atrás, la que se llevaba el mundo por delante. Mes tras mes se sumaba a este compás de espera, deseando que no se notara su desesperanza, no permitiéndose perder el control.
Luchando con sus sentimientos encontrados, fue que le planteó a Clara su necesidad de terminar con todo esto. Vio una vez mas una sombra en los ojos de su esposa, quien le pidió implorando solo una última vez.
Y así lo hicieron, otra fertilización asistida que vino de la mano de un embarazo y de una alegría no exteriorizable, porque había que esperar, no hacerse ilusiones todavía, hasta que un fuerte dolor abdominal indicó que la pausa a este sufrimiento emocional había concluido.
Clara extiende sus manos en busca de las de Mario, quien le ofrece una sonrisa hueca, queriendo reconfortarla de alguna manera. Ella tira de él y lo abraza.
Le susurra en su oído que la perdone, que no sabe en qué momento dejó de ser feliz con lo que tenía, persiguiendo lo que deseaba. Le preguntó si todavía la amaba.
Él le respondió que sí con los ojos humedecidos y sellaron con un beso cálido este momento de pérdida irreparable, sabiendo que a partir de ahora, la vida los encontraría unidos a pesar de los innumerables sinsabores del destino.