Dicen
que dicen y andan diciendo que un robo increíble están investigando, faltan
tres mediodías y una décima de un año. Don Din, el relojero fue designado
perito para ayudar al juez a determinar si hay delito y es desde entonces que busca
en relojes de bolsillo, en los de las altas torres
El vendedor de sueños.
Pepe
Nonino tiene un extraño trabajo que anuncia en un cartel con letra prolija y colores
pastel: “Se sueñan sueños por encargo, envasados y a granel”. Sueños largos,
sueños cortos a la medida de cada quien se acerca, encarga el suyo y lo retira
después, encerrado en una almohada para disfrutar con él. Los sueños no
retirados, vaya a saber porqué, se quedan en una canasta y son sueños a granel,
que se venden más baratos porque, de tanto esperar, se van marchitando un poco
y a veces, de no creer, se mezclan con otros sueños, se hacen amigos tal vez y
juegan a la ronda del uno, dos y tres.
Un
día llegó una nena que tenía un gato siamés y había enfermado de insomnio hacía
poco más de un mes. Le encargó a Pepe un sueño que fuera largo y gatuno. Pepe
estuvo a punto de decirle “es imposible” pero lo enterneció la carita del gato
con ojeras y los bigotes caídos y accedió al pedido de la nena. A tamaña aventura
se largó inmediatamente: se subió a los tejados, se tiró a tomar sol un poco
despatarrado y merendó galletitas con forma de pescado. Así anduvo varios días,
no era fácil la empresa, porque para fabricar un sueño hay que usar bien la
cabeza.
Pepe Nonino Morrongo un día sintió que
era ideal para dormirse y cuando la luna llena asomó, todo se volvió negro pero
por sólo un ratito ya que después los colores fueron dibujando un gatito en su
sueño y la noche transcurrió entre ronroneo y maullidos, ovillos todo enredados,
almohadones destruidos por uñas muy afiladas de un auténtico felino. Ay! Qué
liviano era Pepe, gato en aquel sueño, como una nube de plumas, como de algodón
etéreo, como de copos de azúcar que saben a caramelo. Lo despertó una paloma
que confundió su cordón con apetitosa lombriz y todo tomó otro cariz ya que, de
tan livianito, Pepe se había elevado y en la punta de una antena había quedado
enganchado. Qué susto, casi me caigo, dijo Pepe ya despierto y ¡qué suerte
palomita que ya como gato no pienso! sino tu equivocación hubiera sido fatal
aunque, pensándolo bien, no siempre es ese el final y así recordó Nonino: hace años
conocí a la gatita Pelusa que compartía su plato con zorzales, palomas y otras aves en mi patio. Y ahí nomás
dejó de perder su valioso tiempo y envasó
su sueño en un almohadón calentito porque se venía el invierno.
Esta es la historia chiquita de un
vendedor de sueños.
Patriciaôôinvierno2013
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