En la cocina había dos grupos bien definidos: “Los
patitos”, nombre que se atribuía el centenar de fósforos ubicados en la esquina
de la mesada, y el pequeño “Camaleón”,
un simpático magiclic, que tenía obnubilada
a toda la familia García.
-
Lo pienso,
lo pienso y aún no creo lo que está pasando. Exclamó Carlos Fosforet, a quien
le costaba pensar que estaba pasado de moda. Ese día amaneció angustiado porque
Clara García quiso poner la pava en el fuego y le había costado prenderlo.
Después de eso no dejaba de rascarse la cabeza por el ardor que le provocó ese
intento.
Varios de sus amigos lo empujaron de a poquito para
que Clara volviera a utilizarlo. Esa marca en la cabeza lo ponía en un lugar
incómodo, porque Carlos era así, o todo rojo o todo negro. Se lamentaba que en
su mundo no existieran las peluquerías.
Matilde Cla, esposa de García, veía como su hija
Clara intentaba encender la hornalla sin éxito. Fue hasta la cartera y ahí apareció, elegante,
esbelto. Fue el delirio de “las patitas”, comentó indignado uno de los fósforos
que ya estaba en el tarrito de “usados y a la basura”, en referencia al magiclic que ingresaba en su
mundo.
Entre los fósforos y “Camaleón” parecía comenzar
una guerra. Miedo, incertidumbre, diferencia, sintieron los Fosforet mientras dialogaban
entre ellos al recordar su vida sin el intruso.
-
¡Ojo,
que antes deben enfriarse! -Remarcaba Claudia Fosforet.
-
¿Se
acuerdan?- Preguntaba Miguel entre sollozos y suspiros, porque se sabía incómodo y oloroso cuando se
apagara.
La mamá de Clara solía gritarle eso a Fernando
García que, al levantarse por la mañana,
no sabía ni lo que hacía y era capaz de prender fuego el tacho de basura. “
¡Cómo le costaba levantarse a ese hombre!”, se reía Luis que, esa semana, había
batido el record en ser el más usado,
hasta lo cargaba a Carlos por que él estaba
todo negro, ni Clara sabía de dónde
agarrarlo y por esto no se quejaba.
– Éste
Carlos es un canchero, le da un toque original ese “raspado” en la cabeza,
¡¡jaja!!- reía Luis a carcajas mientras Fosforet le daba la espalda.
Mientras Clarita se disponía a cambiar, en la
cocina se había formado una ronda entre “Los patitos”, que seguían
cuchicheando. Pero Camaleón les habló:
-
Buenos
días a todos, mi nombre es Camaleón Orbis. Nací en una habitación muy grande,
llena de máquinas.
Carlos le susurraba al oído a uno de los suyos que
ya comenzaba a aburrirse y no le interesaba lo que tenía para contarles. Al
notarlo, el Magiclic comenzó a teñirse de gris mientras caminaba despacito al
rincón, lugar que le atribuyeron los García.
-
No
seas bobo Carlos- lo retó su novia María cuando vio la tristeza en el rostro de
Camaleón
-
Pero
¿no viste lo que nos hizo? ¡nos desplazó María! Nos sacó de nuestro lugar. Nosotros
ayudábamos a Clara, a Matilde a calentar sus infusiones para que se vayan a
trabajar contentos y felices, si hasta a Fernando cuando se comía todo y
necesitaba su tecito digestivo lo ayudábamos…
-
Te
estás comportando como un egoísta. ¿Le preguntaste a Camaleón cómo se siente?
¿Por qué está acá con nosotros, y no con
sus amigos, su familia? Pero claro, cómo se me ocurre preguntarte esto si nunca
tuviste la posibilidad de decirle ¡hola! Qué feo Carlos…
Los demás escucharon la conversación de los
Fosforet y decidieron ir a buscar a Camaleón qué, cuando los vió acercarse,
comenzó a ponerse naranja.
Esa noche en la casa de los García se había
organizado una fiesta. Los Patitos organizaban la mesada como si fuera una
pista de baile. Hacían espuma con la esponja para los más atrevidos, encendían
el extractor de aire cuando entraban en calor al compás de la música que venía
del comedor. Varios de los Fosforet sacaron a bailar a Camaleón que, con un
traje verde hacía suspirar a las patitas. Lo rodeaban, aplaudían y el Magiclic
sonreía y cantaba. Carlos lo observaba con el ceño fruncido. De repente, todos se quedaron inmóviles cuando Fernando
ingresó a la cocina e intentó calentar agua para servir a sus invitados unas
tazas de café. Observó la mesada y miró extrañado cómo podía ser que los
fósforos y el magiclic estuvieran tan desordenados.
“Los Patitos” se empezaron a mirar con miedo a que
alguno sea encendido y se pierda la fiesta. Pero Fernando no les prestó
atención y agarró a Carlos que estaba apartado del grupo, más rojo que de costumbre. Intentó prenderlo
pero por el sudor del enojo, Carlos no funcionaba y Fernando, lo tiró contra la esquina tratándolo de “¡fósforo
inútil!”, dejando a éste con un feo ardor en su cabecita. Camaleón advirtió la
situación y amarillo como estaba, llamó
la atención de Fernando para que lo utilizara. Sin éxito, dejó el magiclic
junto a Carlos, se fue para el comedor y, a que a esa altura, había olvidado para qué estaba allí.
-
¿No tenés
nada para decirle Carlos?- le advirtió María tras el dolor de panza que tenía
Camaleón luego que Fernando se la apretara fuerte.
-
No te
preocupes María, ustedes son mi familia y pese a ser distintos servimos para lo
mismo, sino ¿cómo haría Clarita, Matilde
y Fernando para tener calentitas sus infusiones cada mañana y tarde cuando
retornan a casa?
-
Así es- vociferó uno de los Patitos que
observaba a Carlos y le hacía señas con el mentón hacia delante, para que se acercara a Camaleón y lo abrazara.
-
Mirá
Camaleón, yo no soy de esos que andan abrazando libremente, pero sí no voy a negarte un gracias, gracias
por solidarizarte ante mi situación.
Sin decir nada, María y las patitas comenzaron a
bailar con la música que venía del comedor, mientras los Fosforet y Camaleón
las seguían entre risas y menéo.
Fernando entró a la cocina luego de acordarse lo
que iba a hacer. Matilde le gritó desde el comedor para cuándo iban a estar los
cafés, y los demás advirtieron la
presencia de Fernando qué, sin dejar de bailar, y mientras el resto le guiñaba
un ojo, salío corriendo creyendo que era
demasiado tarde para seguir despierto. Los patitos y el Magiclic no podían
parar de reírse y siguieron así toda la noche. Clarita los observaba y
disfrutaba de los pequeños fuegos artificiales convertidos en chispas que
salían desde su cocina.
Mariana
Septiembre 2013
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